jueves, abril 23, 2009

El amor entra por el estómago. Sin duda.



Mi vida es viaje, eterno despegue y aterrizaje momentáneo.



¿Huyo? Si me lo preguntan, no lo sé. Cada viaje han sido nuevas vistas, olores, sabores, viejas y nuevas costumbres y sin duda de lo que más he padecido es de la falta de candor en los alimentos. Me he encontrado con múltiples formas y combinaciones, tan vacías, tan iguales, otras tan artificiales que nada ha saciado este apetito. Y peor aún, se ha dificultado la digestión. Tan así que a veces prefiero el ayuno.

Estos últimos años me he alimentado de comida enlatada, confiable, de esa que siempre está a la mano y uno toma mecánicamente para cuando se necesita un bocado; en ocasiones me ocurre uno que otro manjar momentáneo, pero no me agrada lo efímero por contradictorio que parezca...prefiero el aroma confortable y conocido de los alimentos triviales por ahora.

Aunque debo decir que me encontré con un extraño alimento empaquetado de una forma tan vista y tan trillada que no me provocó más allá de una mirada esquiva pero debo confesar que notando los ingredientes -una extraña combinación de alimento orgánico, transgénico y a la vez tan natural tan cercano a la tierra, a ese olor fresco de campo, de brisa y raíces- me está causando una alteración en mi dieta.
Es el placer más arrebatado que ha acaecido en esta sequía. Puedo ver la sonrisa torpe y soez que aparece en mi rostro. Síntoma propio de lo inevitable, el aroma ronda y enciende mis sentidos, se prueba apetecible, me seduce. Amo el olor y su prometedor añejamiento.

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