Cuando mi edad aún no era rebasada por el miedo y la vergüenza, y se arrojaba más a la experimentacion y práctica de los fenómenos más extraños, quise registrar en mi diario de olores la fragancia de unos pequeños gránulos rojizos y moteados que pomposos contrastaban con otras bolitas de color ámbar y sepia que veía salir de los costales del tianguis que cada viernes recorría de la mano de mi abuela.
Esos extraños gránulos de color rojo encendido me parecían tan extravagantes compartiendo escenario con los frijoles, lentejas, habichuelas, judías, garbanzos y demás granos. Su color atrayente como el carmín de los labios jaló mi nariz hasta el costal donde se encontraban brotando cual fuente. Ese día, miré a mi abuela, luego al vendedor, viré mi cuerpo dando la espalda a los atrayentes bultitos rojos y tomé uno mientras de frente sonreía al vendedor.
-Gracias marchanta, buena tarde.
-Gracias joven- contestó mi abuela
Gloriosa guardé mi trofeo en el bolso de mi chamarra, y tomé de nuevo la mano de mi abuela. Seguimos el clásico recorrido, las verduras de Doña Juana, los tlacoyos de la "indita", la fruta y la naranja dulce de Don Pepé, "las cosas del otro lado" de Doña Irma, mientras de puesto en puesto sonaba "...I just wanna just your love tonight..." con su melodía repetida y ritmo pegajoso.
El sol típico de tardes ámbar completaba el festín con su rayos quemantes, y ese calor intenso que provoca escozor y sudor en los cuerpos, y a los 20 minutos de recorrido nos tenía exhaustas. Caminamos de regreso a casa. Se veían los torsos joviales cubiertos de playeras guangas y coloridas amoldadas por pantalones a la cintura caminando por el parque, pasamos a la recaudería, por el pollo sin pellejo que le gusta a mi abuelo y las tortillas para la comida.
Ya en casa, corrí al traspatio y saqué con un fervor inusitado el granito rojo, mi trofeo, explorando su forma lo mordí, lo rodé por la alfombra hasta embelesar mi púpila, tanto que lo cogí y lo acerqué tanto tanto que quise olerlo.
Me parecía que su olor era nulo, poco atrayente, decepcionante, todo aquello maravilloso que provocaba a las púpilas en mi olfato se desvanecía, me entristecí de tener un simple frijol color rojo. Intenté por última vez registrar su aroma, fue tal la aspiración que el gránulo quedó en mi nariz.
Traté de sacarlo sin éxito. Ya sin ánimo, decepcionada y con ese frijol en la nariz, preferí dormir pensando en que era un castigo por haberlo tomado sin permiso y que tal vez con el sueño y la presión de mi rostro con la almohada, éste saldría y al despertar la lección y el castigo por robar sería sólo un mal sueño. Pero no fue así.
Mi mamá que siempre ha sido de esos seres de resultados, no de procesos, sabía no entendería nada de la historia si le contaba, así que preferí ahorrarme la historia y el regaño también. Dos días después, una especie de vello me irritaba tanto que me impedía respirar.
Esa noche, mientras mi mamá secaba mis pies vio algo extraño, y tuve que confesar lo que había pasado, pues ya no podía soportar el cosquilleo en mi nariz. Había germinado. El hermoso y reluciente gránulo rojizo tan bello, era ahora parte de mi, era un asqueroso frijol naranja con un hilacho asomándose en mi nariz.
Desde ese día, dejé las cosas bellas sólo a la contemplación. Desde ese día supe que el aroma de la belleza era una cosa poco trascendente...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrar