lunes, enero 04, 2010

El extraño del bosque

Amanecí, con suerte, sin piquetes de mosco y con la tranquilidad de no haber batallado con zancudos, arañas o ratones.

Últimamente los insectos y demás bichos rastreros han rodeado mis zapatos desgastados, por ello no me sorprendió que la araña que colgaba de la mesa de centro jugara en los recovecos de la madera agrietada. En un descuido la terrible araña había dado vida a una extraña ave de plumas pardas, segundos después, una lluvia de plumas turquesa y sepia con pequeñas motas grisáceas, al siguiente aleteo un escarabajo brillante caminó sobre una de las patas y apareció, de nuevo, un extraño arácnido.

Regresé a la ventana, no había aves cantando, ni escarabajos subiendo. Salí del cuarto, al paraje contiguo donde un columpio sostenido con un par de maderas que rugían cual animal moribundo llenaban la postal. Con los pies rozando el suelo en cada vaivén del columpio, destapé un pequeño agujero donde una hoja roída guardaba unas cuantas palabras ininteligibles. Paré el balanceo y me acerque, mientras removía la tierra, un pantalón azul apareció.

Me levanté, lo miré, me miró, frente a frente quedamos el sujeto de mezclilla y yo envuelta en un tul blanco. Se acercó con la efusividad y la pasión propia de los enamorados ausentes, giró la cabeza hacia la izquierda, rozó mi nariz en tres ocasiones y con ternura me besó. Me besó con esa intensidad propia de los amantes despojados de disfraces y pesares, con la tranquilidad de quien llega al final, al lugar donde le esperan.
Lo besé, enseguida el cuerpo como agua en ebullición, sentí esa irrefrenable presión de compartir con la ternura, pasión, amor, mi amor. Hacía tanto tiempo en que en este bosque no aparecía un olor en el viento como éste, una curiosidad que me sacara de casa y me introdujera al traspatio. Sin pretensión, sin miedos ni desconfianza cubriéndome, arropé al extranjero, y en ese diálogo sin palabras, de miradas y movimientos, muy fuera de lo mundano, recibí el primer día del 2010.

Radiante, motivada, alegre, cálida y con una enorme sonrisa me levanté, sólo para notar los horribles piquetes que se tendían como enormes llagas en mis piernas.


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