lunes, enero 11, 2010

Hoy regresé de Xibalbá'

Hoy regresé de Xibalbá. Con las piernas pesadas como enormes losas apenas pude regresar. Alguna vez oí decir que existe otro lugar, claro, bajo la premisa de que estamos en un lugar siempre existirá la ilusión de otros lugares, pero este lugar no es una ilusión, es un espacio ancestral donde se viven todos los tiempos en un tiempo, hay aves, quetzales, árboles frondosos remojados bajo el halo de luz y la lluvia de septiembre, se pasa de lo árido a lo cálido en cuestión de segundos, hay varias cavernas terrosas húmedas, e infinidad de colores terracota en los muros de piedra. Los sonidos son hermosas armonías del andar del agua, del unísono cantar de las aves, del rugir, gemir y pisar de mamíferos, del viento regodeando su andar entre los árboles, la luz matinal y su centelleo.

Cuando llegué observaba una especie de árbol que en su parte más alta contenía un nido, aunque sólo pude ver las plumas turquesa atisbé a lo lejos un caudaloso lago por donde la gente se arrojaba en una especie de sacrificio, se entregaba a la tierra. Me acerqué, tan profundo como mi pesar, tan cristalina el agua como mi sentir, tan rutinario el cliqueo del agua como mi andar, me arrojé, es ese lugar donde pertenezco, pensé. Todo se nubló.

Fuera de la selva chiapaneca, los índigenas solían tender su rebozo y vender o intercambiar sus mercancías para comer.

Mientras caminaba por un lugar cuasi desconocido, es decir, era la ciudad en su versión 1920, los caballos remolcando carruajes, bullicio en las periferias de la plaza de la constitución, un vaivén constante de personas, gente en sus pequeños locales ofreciendo sus oficios –carpinteros, peleteros, sastres, etc-. Después de recorrer cada local, sorprendiéndome de lo tan diferente que era, de cómo la gente acudía a las personas en busca de su oficio, de cómo el andar no era temeroso y de cómo las formas de andar eran otras. Así mientras zurcía y pegaba el excedente de pegamento en la libreta, atisbé unos zapatos conocidos. Bueno, tal vez no puedo presumir que conozco los zapatos de todos los seres con los que me cruzo, pero aquellos zapatos impelían que mi mirada subiera. Así, miré. Mientras seguía con mi oficio, él cantaba, yo cantaba aún más fuerte hasta que desesperada de competir, dije:

- Te gané, mmm. Ves, siempre gano-

A lo que contestó: - Sí, así parece-

Suavicé mi voz y mi arrogancia, me acerqué, contemplé su rostro, era él, quien hace tiempo me había dicho tantas cosas que parecían crudas a mi parecer y que en su corazón estaban en su punto, detalles que no olvidé por la forma tan cuidadosa, locuaz en la que se internaron aquí.

Me levanté y lo abracé - ¡Qué gusto estar así!-

Aunque viéndolo desde este punto, no creo ser la ganadora, tendríamos que estar juntos, dije en una especie de diálogo sin palabras, en un diálogo impreso de emociones y sentimientos tomando forma de humo recorriéndonos. Cerré los ojos y lo abracé con mayor fuerza, como si en ésta se extinguiesen todos los días agrios, sentí mi pecho saltar.

Abrí los ojos de nuevo, en la orilla del río estaba aquella ave y en mi pecho un manojo de plumas turquesa y marrón. Apenas pude levantarme, caminé, apenas pude regresar...

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