Mayo 2010
Caminaba como siempre a paso apresurado, evadiendo las banquetas crecidas y los matorrales pronunciados, después de diez minutos, vuelta a la esquina y ¡bingo! en el metro. Tal vez la hora, tal vez cuestión de suerte, el andén estaba casi vacío excepto por el señor de intendencia que con su escoba de mechitas de color naranja limpiaba las orillas del pasillo y dos tipos más encapuchados con esas sudaderas borregas que suelen esconder el cuerpo y la mitad del rostro...Temí un poco, su aspecto me daba la impresión de que escondían algo pues entre susurros reían y señalaban la parte baja de la vía y movían sus manos en diferentes direcciones, cuando la mirada de uno de ellos se posó en mi, sólo atiné a voltear la mirada para donde el barrendero estaba segundos antes, ya no estaba, quedábamos sólo nosotros tres cuando una par de señoras con aspecto extravagante entraron al andén en dirección contraria.
Esos minutos parecieron eternos, una voz anunció: "Estimado usuario debido a una falla técnica en uno de los trenes el servicio ha sido suspendido", aquella letanía parecía una mala pasada -¿por qué justo el día en que el andén estaba vacío y debía llegar a mi cita con Margites, en aquel lugar donde nos vimos por última vez cuando nos despedimos.
Recuerdo aquella última vez con tanto pesar, ese día corrí apurada para tomar el tren hacia Barranca del Muerto, con mis apuntes, libros y libretas en mano casi al borde de tirarlas, y él estaba allí en medio del barullo, bajo el reloj recargado en la superficie de las escaleras. Lo vi casi después de medio minuto que él llevaba observándome batallar con mi maleta y demás objetos, hasta que la sensación de ser observada rompió el ensimismamiento en el que me encontraba.
-Hola, ¿Cómo estas?, ¿Por qué no me saludabas?
-Te vi muy ocupada ordenando tus cosas y no quise interrumpirte.
-Gracias, cómo te habrás dado cuenta una mano extra no hubiera estado nada mal- repelí con sarcasmo.
Sonrió y enseguida siguió en una contemplación feliz cada uno de mis movimientos, que para ese tiempo eran contradictorios, quería organizar mis cosas pero también quería platicar con él, así a medio hacer ambas, le pregunté:
-¿Cómo has estado no me has contestado? ¡Qué sorpresa encontrarte! ¡Qué cosa tan rara!- después de lanzar cual ráfaga aquellas expresiones pensé si no contesta es porque no le he dado ni un respiro para hablar, así callé por unos segundos.
-Bien, tranquilo todo...
Apenas comenzaba a responderme cuando el tren llegó, rápido me disculpé -¡Tengo que irme! pero ¿será que te encuentro pronto?- grité entes del cierre de la ventanilla mientras mi cara gesticulaba una especie de muecas sin coherencia alguna de tan fugaz encuentro.
Con todo el coraje, caminé en dirección hacia los dos tipos que ahora estaban de espaldas a mi metiendo unas botellas en una de las mochilas escolares que traían. Con la precaución de no hacer ruido con mis zapatos, crucé frente a ellos casi a hurtadillas, sintiendo la gloria al estar ya diez pasos lejos de ellos y a veinte mosaicos de los torniquetes recorrí felizmente el siguiente pasillo.
De pronto en una de las puertas donde suelen reposar los policías auxiliares del metro, escuché como cuestionaban a varios sujetos que se supone deberían estar encerrados en la cárcel y habían escapado de tal sitio por un agujero con conexión a dicha estación. Segundos después de ésta reflexión y quince pasos de la salida, las puertas metálicas de la estación se activaron y así quedé atrapada.
Enojada entré al cubículo policial, sin respuesta alguna, allí dentro era un chiquero, la poca luz que caía del exterior mostraba huellas de grasa automotriz, restos de salitre, pero lo que más me impresionó fue el aroma a sangre y a químico, ese olor tan desagradable a piel quemada y cal, tapé mi nariz con la bufanda y seguí caminando por aquel cuarto que me había ya conectado a un pasillo, cuidando de no tocar las paredes donde se encontraban rastros de sangre y pintura desvencijada.
-¿Qué pensabas, que sería muy fácil salir de aquí?...pues te equivocas y pagarás tu arrogancia- decía un uniformado, que ya pensaba yo no era un policía y mucho menos el ser confiable que yo buscaba para que me dejará salir. Mi enojo inicial se había convertido en una extraña sensación de desnudez, de estar desprotegida, vulnerable y colocada en el centro de una situación aún más rara.
Crucé con torpeza la puerta en busca de otro pasillo que me llevara de regreso, sin luz y sin la más remota idea de saber lo que allí sucedía y dónde estaba, caminé tres pasos atrás y di con otro pasillo que conducía a unas escaleras. Ya era demasiado tarde para regresar aún sabiendo que aquellas escaleras estaban en contra dirección a lo que yo buscaba: la salida. Aún así, seguí, las escaleras ascendían a otro cuarto, que intuyo estaba arriba de la estructura de los vagones...
-¿Qué haces aquí?
Conteniendo en los pulmones el miedo que sentí al recorrer sus palabras, contesté:
-No sé que hace usted aquí, ni quién es, sólo estoy buscando la salida, el gendarme del piso de abajo me mandó con usted por ser el único que pudiera ayudarme- mentí y dije con voz firme, de esa que pocas veces acompaña mis palabras.
-No entiendo. Él la dejo pasar hasta acá para que fuera yo quien la sacará. No me suena lógico-dijo el gendarme recorriendo mi silueta de arriba a abajo con su mirada inquisidora.
-Eso pensé, pero al parecer estaba ocupado con un par de tipos, prófugos.
-Cállese, arrójese al suelo- dijo al interior del cuarto que custodiaba.
-Le dije que se comiera todo- gritó de nuevo.
Su tacto áspero hacia las preguntas que procedían del interior del cuarto me exaspero e incomodo, así que traté de no hacer nada que motivara su chirriante voz demandante, el mismo olor a carne putrefacta era aún más penetrante en aquel sitio, y procedía de ese cuarto, vedado, iluminado tan sólo por una ventanilla de 10 por 15 cms. El desfile de voces que clamaban comida, agua y exilio era interminable, como coro desafinado aturdían las estrechez de aquel cuarto.
Asomé mi cabeza, mientras el gendarme de voz áspera rumiaba en el walkie talkie con el gendarme, sosteniendo la respiración, de pronto vi a David, atado a una especie de cadena comunitaria, aquel cuarto era una carnicería, había sangre y restos de fluidos desperdigados en el cuarto, los manchones en las paredes y el insoportable hedor que de allí procedía me hizo pensar que esa situación fortuita de la falla en el tren, no lo era, esto llevaba tiempo realizándose. Cual carne en venta eran objeto de extraños sacrificios de santería con el motivo de mantener al masón mayor de la ciudad y la estabilidad en sus apócrifas finanzas, según me relató David atropellando las palabras cada cierto tiempo por el miedo a ser videograbado, pues esa era otra parte del negocio, todos eran vigilados y se escogía al mejor para ser entregado. Cuando me dijo lo de los videos, mi piel se erizó, ello significaba que nunca había dejado de ser observada, y que tal vez mi presencia allí no era casual.
Los cuerpos exhaustos reposados en un extremo del cuarto, encadenados entre sí, los cuerpos desnudos grasientos y llenos de hematomas, en extremo burlados con la idea de ganarse su libertad. De lejos hacía señas a David, compartía su encadenamiento con dos nóveles ladrones que habían entrado a una tienda de colchones y antes de efectuar el atraco fueron reconocidos por la cámara y supuestamente capturados para seguir su proceso en prisión; sin embargo, para sus familias se encontraban desaparecidos y eran inocentes palomas perdidas en algún lugar.
El walkie-talkie no funcionaba del todo bien, después de rodear en repetidas ocasiones el rectángulo en el cuál estaban hacinados los cuerpos el gendarme de voz áspera salió en busca de mejor señal. Ese momento corrí al extremo de su escritorio y tomé unas diminutas llaves, todo ello por instrucciones gestuales de David, su cara era en extremo compungida, nunca había vista tal sufrimiento reflejarse en su rostro, como pude contuve la respiración, esquivé lo mejor posible los cuerpos y la sangre, aunque de repente mis sentidos ya no percibían el olor fétido, ni el sabor del sudor que caía sobre mis labios, ni siquiera el asfixiante calor abrasador que segundos antes asqueaba y dejaba pegajosa mi ropa...sólo recuerdo como vi de lejos a David detrás de la cinta amarilla que separa a los térreos de los caídos. Quise gritarle pero no me escuchaba, o tal vez fingía para protegerme, caminé de nuevo hacia las vías y la gente estaba amontonada observando una atroz escena...