Desconozco por completo la razón científica de mi padecimiento. No he creído en los escuetos diagnósticos que me recetan vitamina B, y señalan que es tristeza o enojo lo que provoca el malestar. Salgo de consulta con la sonrisa irónica de saber que el mundo no es entendido y se cree que lo es, que con esas medicinas estaré mejor. Mi malestar tiene más que síntomas a medicar, parecerá una situación ilógica pero ya no compro las medicinas, a veces las tomo un día y las abandono porque todo sigue igual. Digo ilógico porque así podría evitarme también la visita al doctor.
A cambio, reconozco lo extraño del dolor y su forma de presentarse, acompañado de días fríos, oportunamente atípicos, de cielo gris, luz blanca penetrante y sol fugitivo. Hasta esos triviales detalles parece una mera migraña que empeora, sin embargo es a todos los habitantes de la casa a quienes ataca tan extraño dolor que dista del típico dolor de cabeza, es más bien un peculiar pesar similar al que sentiríamos de poseer un corazón pesado latiendo en la cabeza, punzadas, o golpes discordes de una orquesta viviendo en nuestra cabeza, lo que más duele es el grupo de percusiones, los címbalos, no soporto el dolor, no puedo estar de pie y tampoco silenciar la orquesta, pues actúa siempre a capricho. Capricho que aún no entiendo. Es cierto también que cuando la orquesta hace su aparición triunfal, días más tarde "algo" trágico o difícil sucede. Mi mamá, ser escéptico y metódico por excelencia, solía lamentar mi situación "especial" hasta que a ella se trasladaron los dolores, dando las tres de la mañana con un dúo de taquicardía, orquesta al doble, sudoración, mareo, y demás.
A partir de la segunda ocasión que sucedió, que a un mismo tiempo nuestras orquestas entonaban, comenzó a rezar, bendecir, colocar un vaso de agua bajo la cama, todas medidas compartidas por gente cercana.
En fin, ni el vaso de agua bajo la cama ha dado calma, pues una vez extrañamente éste se rompió. Estoy enferma de nuevo.