Hace unos días Aniza tomó un atajo hacia una dirección que ella bien conocía, su prisa era tal que no reparó en las marcas casi imperceptibles del asfalto en sus pies. Ella se fue. Sin dolor ni pesar. Ni siquiera el que alimenta en nuestros corazones su ausencia.
Aquel día gris de contingencia ambiental, de gente temerosa de los demás compañeros de viaje, de calles desiertas y miradas ávidas de certezas. Eran las 3:30 de la tarde cuando salí y no llegué a tiempo.
Una voz al teléfono avisaba lo inevitable, la muerte había llegado al recinto litúrgico. Tan puntual, con su pomposo desorden y olor habitual.
Nadie preguntó qué había sucedido, todos comprendimos que tal situación no era un acontecimiento fortuito ni un accidente...era ella materializada en un adiós. "No me gusta estar aquí, hay tanta gente...es impresionante". Y lo es, lo es por la forma en que las personas andan sin vibrar cual entes autómatas. Dónde el amor y las sensaciones corpóreas de la naturaleza son un lujo y una estrategia para jugar a vivir.
¿De qué se muere la gente? Podría decir que de esa falta de cándor en los ingredientes que alimentan ahora a las nuevas generaciones, se alarga la vida pero la calidad decae. Muere de desasosiego, de desamor, deshumanización, de todo aquello que produce la falta de entendimiento entre los que habitamos este tiempo y espacio.
Si me preguntan de nuevo, ¿de qué murió? Diría con seguridad que vivíó un amor sin medida, un mundo lleno de luz y sentimientos desbordantes; y murió del asfixié de ellos, de la escasez de alimento, de su venta y comercialización perecedera.
Y para todos aquellos que ésta no es una razón suficiente -lógica-, la muerte es un hecho trágico y su motivo es lo que llena el certificado defunción bajo la cláusula causa de muerte, debo decirles que fue un accidente de tránsito. ¿Más específico? Ella salió con rabia y un poco de ira en la maleta, prestada la moto aceleró, sintíó el aire llenarle los pulmones, la brisa cosquillear cada poro de su piel, en un instinto de liberación soltó el volante y perdió el control para encontrarse con un árbol, de esos que acompañan las tarde grises como ésta y que uno busca en las tardes soleadas para cubrirse de los rayos incesantes del astro matutino. Instántanea como un impulso. La muerte. Así fue, un matrimonio natural, un divorcio material. Nada más que decir, espero satisfacer su morbo querido lector.
"Cuando muere alguien, uno, muere en varios"
Elegí estos fragmentos para vos que has ocupado mis pensamientos como un reflejo de mis pesares y mis sueños. Y como hormiga de la caravana diré que seguiré el sendero de los ideales y me fortalecerá tu incesante energía, esquivaré la enormidad del dedo humano siempre presente y no olvidaré lo que me mostraste aquella tarde. Por compartir esta carga aunque tu alimento fuera otro. De un cuento de Bendetti, aquí va:
Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras. Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema...Por un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo.
...Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó. Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta.
...al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se resbaló el palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil inclinado.
...Después llevó a cabo su quinta operación de carga. El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio casualmente se correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga.
La muerte y otras sorpresas
La muerte y otras sorpresas
- A imagen y semejanza, Mario Bendetti. http://www.sololiteratura.com/ben/selecciondecuentos.html
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