Pasaba la tarde, cotidiana, como tantas otras, reducidas a la rutina, al calor agobiante de los rayos del sol, el dolor de pies después de atravesar la ciudad, donde el llegar a casa era el único pensamiento presente y sano dentro de la odísea de maldiciones durante el largo trayecto de la universidad a la casa.
La puerta, presentada como la meta, resultó el preámbulo de una segunda prueba, el lograr llegar hasta su recámara librando los embates y reclamos de los congéneres con quienes habitaba aquel cuarto de escasos 45m...lo logró, estancó su débil y sudoroso cuerpo en el sillón, un sólo giro bastó para que sus ojos ciñeran un sueño profundo.
La tarde caía, larga como aquellas tardes de verano, donde la carrera del sol se agotaba a las 8 de la noche, bajo esta escena cayó en un sueño profundo. Al despertar buscó el teléfono de G. con quien había acordado tomar un café más tarde, cuando la noche se encontraba en su inicio tomó el teléfono y marcó. Al primer intercambio de saludos, éste afligido interpeló: "¿Cómo te sientes?, ¿Estás bien?, ¿Te hace falta algo?"...sin oportunidad de responder y no comprendiendo su ávida preocupación...G. continuó: "llevo horas marcando, me tenías angustiado, pensé que algo te habría sucedido"...No entendía nada aún de aquellas apesadumbradas palabras que taladraban su parsimonia.
-¿Qué pasó? No es para tanto, no olvidé lo del café, nos vemos donde siempre, ¿no?
-¿Pero es qué no te has dado cuenta?- replicó G.
-¿Qué cosa...?
-¿No has visto nada?
-¿Qué habría de ver?-dijo con sarcasmo, enseguida rió y se asomó a la ventana como siempre lo hace cuando quiere despabilarse y busca contagiarse de nuevo de ese ritmo citadino después de un largo sueño.
Enseguida, comprendió, no era capaz de describir lo que sus ojos tenían como "panorámica", nada de lo conocido era ya. La vista era irreal, desastrosa. Regresaron como torbellino los relatos de su abuelo, cuando le contaba que vivir por el canal de la Viga, era estar ya en las orillas de la ciudad, de cómo paseaban en embarcaciones pequeñas por los canales de La Viga, Churubusco, el Viaducto, constantemente esas imágenes se agolpaban y pensaba en cómo la ciudad de México distaba mucho de ser como Venecia, pues, tristemente, el desarrollo urbano voraz no le permitía seguir soñando, ni creer en las historias del abuelo por inverosímiles. En eso iban las cavilaciones, al ver la ciudad inundada, atascada en un marasmo de aguas negras, suciedad varia flotando, agua grisáceoverdosa golpeando los muros de los edificios con ahínco tal como si quisiera castigarles.
No observaba el fin de la fiesta. El agua aún seguía ahogando las calles, los edificios eran apenas perceptibles sólo por la azoteas, no se lograba distinguir nada más...ninguna persona, algunos automotores, sólo la furia del agua corriendo despavorida. Se espantó, cerró la persiana despavorida, después de unos segundos no resistió y abrió la ventana, quería salir. Se vio sola, tan sola que no tuvo tiempo de pensar en si había alguien más en quién pensar. Mientras G. en el teléfono intentaba relatarle lo que en un segundo su ojo había registrado, colgó. En ese instante sintió miedo, pensó en lo pronto que los muros podrían ablandarse y caer, temió quedar entre los escombros del derrumbe como una existencia más al vacío -pensamiento que siempre le invadía cada mañana y al cuál repelía repitiéndose que el estar aquí era una cosa entera de sentido por sí misma, y era una vacilada y pérdida de tiempo pensar en ello todas las mañanas, casi como pensar por qué respiramos-, aún así permaneció pegada a la ventana observando el terrible y atroz espectáculo.
Segundos más pasaron y el agua comenzó a colapsarse en un onda centrífuga, como cuando se estanca el agua, se destapa un agujero y todo escapa por allí, así, el agua succionaba todo a su paso, sintió como la fuerza se apoderaba de los objetos,y de ella. Vio su edificio desaparecer poco a poco, todo se derrumbó.
Y llegó G. Apareció en su auto color gris. Enseguida, G. le lanzó una seña y así abordó el auto con todo su pesar y odio reprimido, atrás quedaba el desastre. Guió a G. hasta salir a bocajarro de aquel sitio. Salieron por el atajo, y cayeron de nuevo inmersos en una corriente desconocida. Ya fuera de su casa pudo reconocer con mayor nitidez la magnitud de lo acontecido, y lo visto en su ventana y narrado por la radio era poca cosa a tal suceso, "terrible desastre..." decían en la radio cuando la velocidad de la corriente los jalaba al centro del abismo centrifugo, G. como pudo maniobró y libró el abismo, siguió por una vertiente y tomó el viaducto -aquel antes de agua en tiempo de los abuelos, ahora hecho concreto y vuelto agua de nuevo a fuerza de hecatombe, cual naturaleza avasalladora-. Así, a salvo en el auto de G., ahora convertido en barco, llegó al final...con el amanecer en la punta de sus castaños cabellos, y G. a su lado conversando a su nieta cómo eran esos tiempos de agua.